miércoles, 7 de diciembre de 2011

UN DÍA EN AQUEL BARRIO

UN DÍA EN AQUEL BARRIO

Aquel día frío de invierno no había muchos problemas en aquel marginado barrio de la ciudad: tres o cuatro pequeños hurtos, alguna pelea callejera, etc. Como cosa que destacar, se habían pasado por el angustioso barrio dos niños, pero no eran los típicos niños de aquel barrio. Se les diferenciaban porque no tenían el bulto de las navajas en los bolsillos, parecían perdidos y no estaban atentos a si alguien les acuchillaba por la espalda. Entraron en una tienda, era pequeña, allí se vendían antigüedades, de no muy cierto origen, seguramente del mercado negro, pero lo ilegal era normal a quince kilómetros a la redonda. Se oyó un fuerte estruendo y un tiro... 

 Las gafas volaron por los aires hasta caer en el escritorio. Sí, habéis escuchado bien, le habían disparado con aquella negra pistola. Su amigo yacía en el suelo, ensangrentado. Se quedó de piedra unos segundos y comprendió lo que tenía que hacer. Salió corriendo por la puerta. El hombre gordo de la pistola le siguió también corriendo. El chico le dio esquinazo a los trescientos metros de aquella siniestra tienda y se metió en un oscuro callejón sin salida. Se quedó acurrucado frente a un basurero, esperando a que, de un momento a otro, se despertase de aquella horrible pesadilla. Juan por fin estaba a salvo, su difunto amigo Pedro no había roto nada a propósito, todo había ocurrido muy deprisa. Los recuerdos florecieron en su mente rápidamente: Pedro rompiendo aquel bonito, delicado y caro jarrón; una cara de asustado; otra cara siniestra de enfado, el hombre levantando la mano; un puñetazo de defensa de Pedro; la mano en el bolsillo del hombre fuera de sus cabales al ver a Pedro intentar huir, lleno de miedo; el disparo; la sangre...; su mirada perdida, apagándose....Un grave gruñido le despertó de sus pensamientos.
 La silueta grande le delató. Era el mismo hombre. No tenía que dejar sospechosos de aquel baño de sangre. Pedro  ya no tenía nada que hacer. Miró temblando la punta  de su pistola y esperó el disparo que marcaba el fin de su vida. Se había quedado bloqueado, y de repente ocurrió una cosa sorprendente, se le llama milagro, o un gran golpe de suerte para los que no crean que existan los milagros. La sombra se derrumbó y detrás de él apareció un hombre fornido con el uniforme de policía con el puño levantado. Tenía un corte que le atravesaba media parte de la cara. Juan se lo contó todo, estaba traumatizado. El policía no parecía sorprendido.  Al trabajar en aquel barrio marginado estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones. El policía decidió llevar a Juan a su casa. Aunque reinó el silencio durante el trayecto, hubo una breve conversación.


-¿Qué hacías tan lejos de tu casa, en los suburbios de la ciudad? –La voz del policía era autoritaria, pero dulce. Una sensación extraña-
-Nos habíamos perdido, entramos a la tienda a preguntar cómo volver y ocurrió lo sucedido                                                                 –Dijo temblándole la voz-
-No sé cómo ha podido hacer eso.... –musitó Juan apagando poco a poco la voz-
-Es el día a día de este barrio, están acostumbrados a la violencia. Si no matan, les matan.
 Por fin llegaron al centro de la ciudad.
Al llegar a casa de su amigo, juzgar por vosotros mismos lo que pasó: lágrimas, desesperación, consternación y la imagen sonriente de Pablo que ya nunca jamás volverían a ver.

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